lunes, 17 de septiembre de 2007

RAAN, huracán Félix y después.


RAAN, huracán Félix y después.
Por Salvador García
acalole@gmail.com


Un huracán a lo lejos

Poco a poco los vientos del huracán Félix empezaron a llegar el martes a la madrugada. La amenaza se iba convirtiendo en realidad y recién a esa hora la mayoría de los habitantes de Bilwi y las comunidades aledañas fueron transformando la incredulidad y la confianza en que una vez más nada pasaría, en carreras apresuradas hacia escuelas, iglesias, casas de cemento, o espacios descampados donde no pudiera caer ningún árbol. El día anterior al desastre recién a las 4 de la tarde, se dio la primera reunión en la sede del Consejo Regional donde se juntaron algunas de las principales instituciones que trabajan en la región. Nadie sabía muy bien qué comunidades se deberían evacuar, cómo trasladarlas ni dónde ubicarlas.
La burocracia y la falta de coordinación mantenían a todos ocupados en la eterna formación de comisiones de trabajo, mientras afuera de ese edificio la vida transcurría normalmente. Sumado a esto, la típica falta de energía eléctrica impidió la transmisión de información vía radio o televisión. Las autoridades de gobierno dieron la alerta roja recién a las 12 de la noche del lunes, 6 horas antes del desastre. Quien conoce la zona, diría que las cosas avanzaban con “el ritmo costeño”.
Paradójicamente la misma historia de huracanes que constantemente han amenazado la costa norte del caribe les jugó una trampa. En el pasado muchos huracanes se habían acercado, pero ninguno había entrado a Puerto Cabezas, al menos no con esta fuerza. Se decía que la poca profundidad de la plataforma marítima que está frente a esta región hacía de barrera para que los vientos perdieran velocidad al llegar a tierra firme. Evidentemente esa teoría falló. El huracán de categoría 5 entró por Pahara, una comunidad ubicada a 15 kilómetros de Bilwi (Puerto Cabezas).
Desde Managua los noticieros daban informaciones preliminares sobre algunos muertos en Bilwi y las crónicas se hacían vía telefónica con los periodistas, trabajadores de diferentes instituciones y con cualquiera persona que tuviera un celular a mano y se animara a contar su propia experiencia, pero nadie sabía a ciencia cierta cuáles eran los daños materiales y humanos ni el recorrido que había seguido el huracán. La información iría llegando muy lentamente para construir la dimensión del desastre. Durante todo el martes los canales de televisión mostraban la imagen satelital de un espiral de colores que repetía un breve recorrido sobre un mapa de Nicaragua. Nos fuimos enterando que la ciudad de Bilwi estaba sin luz y sin teléfono debido a la gran cantidad de árboles que se habían caído.
De los cayos miskitos, donde trabajan cientos de capitanes de navío, cayuqueros, vendedoras de crack y marihuana, buzos, cocineras, acopiadores de langosta y prostitutas, empezaron a llegar una gran cantidad de muertos. Día tras día se escuchaba decir: “ayer a la noche trajeron 19 muertos al muelle, hace un rato trajeron 25 muertos al muelle” y aún hoy 13 de septiembre la cifras siguen subiendo. Una señora que vino de esa zona informaba que murieron alrededor de 120 mujeres. Quizás esta cifra llegue a confirmarse algún día, por ahora la realidad y la falta de censos supera los niveles de organización y la capacidad para dar datos definitivos. Hasta ahora las estimaciones son de 180 mil damnificados.

Entrando al llano norte

Desde enero de este año he estado visitando tres comunidades miskitas del llano norte ubicadas a 40 kilómetros de Bilwi: Sangnilaya, Iltara y Butku, por eso apenas pude, viaje a esa zona para ver cómo estaba mi gente. El viernes a la mañana salí con una camioneta rumbo al llano norte. A medida que nos íbamos alejando de la ciudad fui comprobando la gravedad de la situación. Simplemente no podía creer lo que veía. Sisin, Santa Marta, Auhia Pihni…no estaban. Es decir, estaban ahí pero ya no había referencias de la comunidad. Faltaban los grandes árboles que uno veía de lejos, sólo unos cascarones de cemento daban fe que allí hubo una iglesia y una escuela, trozos de zinc en la copa de los pinos que aun quedaban de pie, las casas en el piso o a medio caer, cortadas a la mitad, inclinadas hacia un costado como naufragando, un montón de tablas amontonadas desordenadamente.., la vida había mutado. Tres días mas tarde y parecía que el huracán recién había pasado.
Las comunidades se transformaron en campos de refugiados. En Sangnilaya de las 67 casas, sólo diez quedaron en pie, pero en Iltara y Butku con 19 y 28 casas respectivamente no quedó ninguna entera. Saludar a los amigos, ir escuchando las historias, recorrer la comunidad casa por casa para ver las condiciones de cerca, dónde estaban durmiendo, dónde estaban cocinando, qué había pasado con la gente que vive en las fincas, allá arriba en las montañas. Fui directo a la casa de doña Ángela Moody, ex wihta de la comunidad donde siempre me quedo a dormir. Su casa o lo que quedaba de ella daba la impresión de ser un viejo barco encallado. De la cocina que había tardado cuatro meses en construir y que aún no estaba terminada, sólo quedaba una parte del piso. Las familias miskitas viven hacinadas no por una cuestión “cultural”, sino por los costos económicos que implica construir una casa. Puede tardar muchos meses e incluso años. Cuando se sabe esto uno empieza a entender la dimensión del desastre y la impotencia que produce ver caer en unas horas lo que costó tanto esfuerzo1.
Doña Ángela me contó que murieron tres niños, hijos de la Segundina, quienes vivían en la casa más alejada al otro lado del campo de baseball. Segundina como muchas otras familias de la comunidad se negó a moverse hacia la escuela o la iglesia la noche anterior, en parte por incredulidad respecto a las consecuencias del fenómeno natural, pero sobre todo por temor a dejar su sus cosas solas durante tantas horas bajo peligro de ser robadas. Cuando los vientos se incrementaron a las 6 de la mañana, Segundina y sus hijos ya no pudieron llegar a ningún refugio. Salieron del interior del hogar y se trasladaron abajo del tambo (ese espacio de un metro que hay entre la tierra y el piso de la casa tan característico de las viviendas miskitas y mayangnas) pero la casa no soportó mucho tiempo y se derrumbó sobre la familia. Segundina quedó con fractura de cadera y fue traslada a un hospital de Bilwi, sus tres hijos fueron enterrados en la comunidad.
Valeria Manuel no salió de su casa hasta último momento. Una vez afuera, se refugiaron bajo el tambo, pero alcanzaron a darse cuenta que los pilares no iba a soportar mucho tiempo, a penas salieron la casa se derrumbó. Valeria piensa que dios la estaba sosteniendo. Ya en la intemperie metió a sus dos hijas en una estructura se cemento con forma de barril que iba a utilizarse para un pozo y que estaba a un costado de la casa. El resto de la familia hizo una cadena humana y se “amarraron a un palo de coco grueso de los que no crecen mucho.
Doña Reina tampoco pudo llegar a un albergue. Junto a su familia salió corriendo rumbo al llano donde no corría peligro de que un árbol les cayera encima. Hicieron un círculo y entre todos sujetaron con todas sus fuerzas un plástico que los cubría. Tuvieron suerte que ninguna de las láminas de zinc que volaban como papeles les hicieran daño.

Del otro lado del Wawa
Un grupo de hombres están dedicados a construir una casa comunal aprovechando una vieja estructura de cemento de lo que nunca llegó a ser un puesto de salud y parte del machimbre (largas tablas de pino que se usan como paredes o techos) de la escuela que el viento arrancó. Alrededor de la actividad otro grupo de hombres comenta los últimos acontecimientos, intercambian la información escuchada en la radio sobre la situación en otras comunidades. Entre ellos reconozco a Emilio Taylor que tiene casa en Sangnilaya pero vive en su finca ubicada en Kukas Kiam, una de las montañas del otro lado del río Wawa donde muchos siembran los productos que semana a semana comercializan (o comercializaban) en el mercado de Bilwi. El martes a medio día, luego de que se calmaran los vientos emprendió el regreso a la comunidad para saber la situación de familiares y amigos. Debía caminar hasta el Wawa y de ahí bajar en cayuco. La caminata hasta el río que generalmente le suponía dos horas caminando, esta vez por la cantidad de árboles que se encontró a su paso, le tomó casi dos días de viaje. Allí empecé a entender la dimensión del desastre: 400 mil hectáreas de bosque desbastadas. La yuca, el arroz, los plátanos, el pijibay, los frutales…todo derribado, casi todo echado a perder. Los animales seguramente muertos, y los que sobrevivieron se quedaron sin hábitat. ¿Qué van a comer en estas semanas, en los próximos meses, el año que viene? ¿Qué van a vender, con qué van a comprar la sal, el aceite, el jabón, la ropa, los medicamentos, cómo van a pagar la colegiatura de los muchachos que estudian en la ciudad? Desde el punto de vista de la reproducción social, el huracán Félix destruyó el equilibrio económico entre las necesidades de la comunidad, los recursos del bosque y la relación que hay entre ambos, traducido en los bienes materiales y simbólicos que obtienen de la ciudad de Bilwi. Un futuro incierto pero del que nadie todavía se atreve a hablar, la preocupación más que nunca está en el presente.
El bosque caído no sólo ha bloqueado la entrada a las parcelas, cientos de familias que se fueron de una u otra comunidad del llano a vivir a las montañas Tungla, Kukas Kiam,Wiwas, Likus siguen incomunicados. Estas personas son las más vulnerables pues no sólo no cuentan con alimento sino que casi nadie ha podido comunicarse con ellos. Digo casi nadie porque desde las comunidades han mandado expediciones para llevar provisiones y en algunos casos han podido traer a cierta cantidad de gente. Los viajes como ya mencioné pueden durar entre 6 horas y dos días en dependencia de la distancia o de si alguien ya abrió antes la trocha para atravesar la maraña de árboles y maleza . La ayuda en ese sentido no ha sido suficiente, por ejemplo, el sábado cuando llegó el concejal Garbash, don Apolinar Taylor le planteó que necesitaba gasolina y aceite para avanzar con una motosierra en el rescate de su familia que aún estaba en la finca. Le entregaron 10 galones de combustible y dos litros de aceite. Finalmente no los usaron y mandaron a 5 hombres con machete. Según don Apolinar con esa cantidad no avanzarían más de 300 metros.

Las primeras ayudas. Instituciones y formularios
Negrito, vice wihta de Sangnilaya y vocal dentro del gobierno territorial de las diez comunidades estaba en Bilwi durante el huracán. Durante todo el martes trató de encontrar algún transporte en vano. El miércoles contactó a dos de los concejales (Garbash y a Harold) que representan a ese territorio (circunscripción 7). En medio del caos, la burocracia y desafiando la orden de que nada saldría sin la firma del Gobernador, partieron hacía Sangnilaya con 12 sacos de arroz, 4 de frijoles, 4 de cereales, 4 galones de aceite, 70 unidades de jabón y 130 libras de sal. Era la primera ayuda que llegaba.
El jueves pasó AIKUKIWAL y PANA PANA y el viernes le tocó el turno a MASANGNI2, todos dejaron algunos sacos de alimento para las tres comunidades y evaluaron daños. El sábado llegaron tres personas de la Alcaldía de Puerto Cabezas con personal de FISE central; su objetivo, evaluar los daños. Ese día volvieron los dos concejales y dejaron un rollo de plástico negro que alcanzó sólo para la mitad de la población. Un par de horas más tarde llegó personal del IDR, INAFOR y del Consejo Regional (la oficina de recursos naturales); su objetivo, evaluar los daños. Durante todo el día se instaló una brigada de tres médicos cubanos y una de Bilwi. El domingo apareció la Cruz Roja y luego la Iglesia Moraba, ambos entregaron medicamentos y evaluaron daños. Ese mismo día aterrizó un helicóptero y le entregó a cada familia una lona de 20 metros por metros para cubrirse de la lluvia. Sobre la superficie traía estampado el logo: USAID, from the american people. Sangnilaya, Iltara y Buku nunca fueron tan visitadas en tan poco tiempo.

La vida continua

Las familias que crecieron y se multiplicaron en matrimonios ocupando diferentes casas (kiamka), en pocas horas se volvieron a encontrar bajo un mismo espacio. Madres, yernos, hijos, nietos, todos viviendo juntos. La gente no se quedó con los brazos cruzados. Improvisó pequeñas ranchitos con las laminas de zinc, las tablas y los clavos que pudieron salvar donde ahora duermen, cocinan, comen, y guardan las pocas cosas que no se llevó el huracán. Más de 10 familias que no pudieron recuperar nada permanecen aun bajo el techo de la escuela.
Más allá del impacto que causó el huracán en la vida de Sangnilaya, la vida sigue, los roles se mantienen. A la mañana como siempre las mujeres encienden el fuego y ponen a cocinar yuca, arroz o tortillas de harina. La abuela, centro de la familia, organiza la alimentación. Ella administra las porciones, manda a conseguir el aceite que hace falta, autoriza que le den un poco de azúcar a los vecinos. Primero ella y sus hijas mayores cocinan para la prole de línea materna. Luego viene el puesto de las nueras y sus familias. Mientras sucede todo esto, los niños más pequeños que todavía no caminan son cuidados por los hermanitos dos o tres años más grandes. Aparentemente ninguno tendrá clases hasta el año que viene.
Un grupo de jóvenes juegan dominó sobre la lona que donaron los gringos. Por cada partido apuestan un peso. Algunos jóvenes reparan sus bicicletas, otros acompañan a sus padres o tíos a buscar algún racimo de pijibay o de plátano que se pueda recuperar de los terrenos que están próximos al río. No todos tienen suerte en la búsqueda de frutos. Me invitan a comer y me dicen orgullosos “este plátano lo recuperamos hoy, es de los últimos”. Urge empezar a limpiar el camino a las milpas y pensar dónde conseguir las semillas para sembrar. Enero que es cuando empieza el ciclo, está a la vuelta de la esquina.

La ruta de la ayuda, retos y contradicciones
Hasta ahora viendo todo el mapa de la emergencia, la ayuda ha seguido y sigue la ruta de las instituciones que ya trabajaban en sus territorios. Cada una con “su grupo meta”. En parte porque ya las conocen, en parte porque existe un mayor compromiso con quienes ya hay un vínculo laboral y afectivo. En ese sentido las comunidades menos atendidas lo han seguido siendo de alguna manera. Salud, techo, comida, ¿cuáles son las necesidades más importantes? ¿por donde empezar? ¿cómo organizar la numerosa y variada ayuda que viene llegando? Son interrogantes que aún quedan por responder y que en el mejor de los casos cada institución resuelve de manera individual.
Uno de los mayores retos con los que se enfrentan las instituciones que van a trabajar en la zona afectada y que al mismo tiempo supone la mayor contradicción, es lograr que tarde o temprano las comunidades restablezcan una mínima autonomía económica y que al mismo tiempo se vaya rompiendo la cadena asistencialista tan cómoda para ciertas instituciones pero tan cara para la autonomía y el futuro de las comunidades.
1 Si van a usar zinc (generalmente lo hacen), necesitan 20 laminas. Para aserrar los 3 mil 300 pies de madera que requieren, deberán contar con 20 galones de gasolina, 6 galones de aceite 40, 4 litros de aceite 50-1. Para armar luego la casa requieren 2 libras de clavo de 2 pulgadas, 3 libras de clavo de 5 pulgadas, 12 libras de calvo de 3 y medio, y 15 libras de clavo de 2 y medio. A esto hay que sumarle el alquiler de la motosierra y el salario de quien opera la motosierra.

2 Es una ONG que da acompañamiento técnico a las comunidades en el aprovechamiento forestal de la madera. Hasta la fecha ni ellos ni ninguna otra institución han elaborado una propuesta sobre la manera en que se va a aprovechar la biomasa derribada. Este tema será un desafío para muchas instituciones que trabajan en la zona incluyendo por su puesto a las comunidades.

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